![]() |
|
Escritor - Literato | |
Gerardo Oviedo | |
correo: ge-o@literator.de
|
publicación del Libro
|
||
La transa de los peces | ||
Novela en Editorial Patita
|
||
Autor Gerardo Oviedo | ||
martes 19 de febrero de 2008
|
||
(Primeros 4 capítulos)
|
|
||||
LA TRANSA DE LOS PECES | ||||
Gerardo Oviedo | ||||
Constructor de Novelas | ||||
ELENA 1. |
||||
Elena había terminado hacía un año la carrera de comunicación y hoy cumplía dos semanas en que estaba trabajando como reportera para el Imparcial. Antes había intentado conseguir empleo en una televisora pero el sujeto de recursos humanos la había rechazado con el contundente argumento que estaba demasiado flaca y, sobre todo, demasiado fea como para salir en televisión a nivel nacional. Pero eres horrible, mija le había dicho el fulano. ¿Por qué no mejor buscas trabajo en algún periódico? ¿Eh? ¡Ahí ni siquiera sacan tu foto! Idiota respondió Elena arrebatándole el fólder con sus papeles y saliendo a toda prisa de esa oficina antes que el sujeto buscara otro adjetivo que dispararle a quemarropa.
Varios días después Elena se presentó ante el jefe de redacción del Imparcial y éste la contrató casi de inmediato (la aceptó debido a que su último reportero había desaparecido en el estado de Sinaloa mientras realizaba un reportaje especial sobre el narcotráfico y la política pero claro que no le dijo nada a Elena para no alarmarla y que ésta saliera huyendo, pues en estos momentos había que echar mano de todos los reporteros posibles). ¿Qué sabes de política? fue lo primero que le preguntó José Bretón, jefe de redacción del periódico cuando ella estuvo parada frente a él. Elena quedó apabullada por esa pregunta tan siniestra. ¿Qué decir? ¿A qué personaje nombrar? ¿Cómo se llamaba aquel tipo que salió ayer en la tele, el barbón que hablaba como si fuera un merolico? La cabeza le comenzó a doler por el esfuerzo. Que estamos mal, muy mal, señor fue lo único que se le ocurrió contestar entre tanto barullo neuronal. El señor Bretón la observó en silencio un par de segundos. Luego regresó la mirada a los papeles que tenía sobre su escritorio para seguir leyéndolos. Está bien, estás contratada, pero hay que estudiarle, ¡eh! Elena quedó aturdida sin saber que hacer. El hombre continuó leyendo los papeles como si Elena se hubiera evaporado. Un minuto después José Bretón se dio cuenta que Elena continuaba ahí parada como un espantapájaros: ¿Algo más, niña? Elena se encogió de hombros: ¿Sale nuestra foto en el periódico? ¿Qué? Elena titubeó: Nada, señor. ¿Cuándo comienzo? Sin retirar la vista de los documentos que estaba leyendo, José Bretón respondió con gravedad: Ya estás trabajando. Llévate esos periódicos que están sobre el archivero y léelos. Y no olvides que los reportajes de mañana son para ayer, ¿entendiste? Elena se quedó de a seis, no entendió nada. Tomó el fajo de periódicos y salió de la oficina de Bretón. ¿Y ahora qué?
El trabajo es el trabajo le había dicho ontológico José Bretón cuando la vio llegar con los ojos rojos e inflamados a su oficina al día siguiente. Luego continuó revisando los papeles de su escritorio. Y no se te olvide que tu reportaje es para el próximo viernes finalizó antes de indicarle con su silencio que se tenía que marchar con otro manojo de periódicos bajo el brazo. Unos días después Elena ya se había enterado que la cámara de diputados y la cámara de senadores constituían el poder legislativo del país. Además, supo que ahí es donde se hacían y deshacían las leyes, cosa que ya era ganancia para sus inasibles razonamientos. Pero su mayor sorpresa fue enterarse que ahí no se legislaba para todos, sino sólo para unos cuantos. Con razón a ella le iba tan mal, pensó. Y siguió moqueando sobre el montón de diarios que estaba leyendo.
El señor Hernández estaba saliendo de la cámara de senadores. Su rostro revelaba una alegría ya prevista. Se acababa de aprobar la nueva ley de radio y televisión y por supuesto él tendría una mejor calidad de vida. A los monopolios televisivos se les había otorgado tantas concesiones que parecía que el estado regalaba todo a manos llenas. Varios sexenios atrás se había nacionalizado la banca a un costo elevado para que años después se les vendiera a los mismos magnates a un costo muy bajo. Te lo compro caro para revendértelo barato. Así funcionaba la mecánica de este país y hoy no era la excepción. ¿Cómo se siente, señor? preguntó una reportera de Televisa cuando vio que el señor Hernández bajaba la escalinata principal junto con su desgarbado secretario Castañeda. Un enjambre de reporteros se arremolinó en torno al entrevistado con grabadoras y micrófonos listos que concentraron a pocos centímetros de su boca. Es un gran logro para el país. Por primera vez estamos a la par de las grandes naciones desarrolladas. No tenemos que pedirle nada a nadie ni nada que ocultar. ¿Y adónde se va a ir de vacaciones después de esta exhaustiva sesión parlamentaria? intervino un reportero que llevaba un logotipo de Radio Cool Efe Eme. Con gusto me iría de vacaciones, señores, pero siempre estoy trabajando por mi país. Por el bien de todos, primero las leyes, ¡qué no quepa duda!exclamó con una voz sumamente autosuficiente. Elena se encontraba con una pequeña grabadora que le había dado José Bretón entre el enjambre de reporteros que se constreñían unos contra otros; dándose de codazos, pisándose y arañándose. Ya había pasado la semana completa y tenía listas las preguntas que con ayuda del mismo Bretón había elaborado para aquel personaje. Pero no sabía a qué hora preguntar. Era como cuando jugaba de niña a la cuerda y no sabía en que momento entrar a brincar: a la una... a las dos... y a las... ¿Pero no considera que esta ley beneficie sólo a los grandes monopolios televisivos? soltó Elena a bocajarro con voz tímida pero audible para todos. ¡Que va! sonrió benevolente el señor Hernández. Al contrario, el país gana con esta nueva ley. Ley que nos arroja a un futuro prometedor, lleno de certezas jurídicas... Se dice por ahí que usted es beneficiario directo de esta nueva ley... reviró Elena. El señor Hernández la miró y echó una carcajada. Y no sólo yo interrumpió aún con la sonrisa entre los labios. Sino millones de mexicanos que tendremos la oportunidad de elegir qué es lo que queremos ver o escuchar en nuestras casas, eso es fundamental para poder ser verdaderamente libres. Por primera vez en este país la libertad de expresión será una realidad palpable y no mera retórica gubernamental. Habrá: e-lec-ción recalcó. Pero esta nueva ley que se acaba de aprobar es para beneficio de algunas de las compañías que usted representa, señor insistió tercamente Elena. Apoyada quizás en su juventud y en su desconocimiento de las formas tradicionales de preguntas y respuestas. ¿Quién le dijo eso? terció con candidez el señor Hernández. Eso sólo son chismes de politiquería barata. ¿De que medio es usted, señorita? Del Imparcial. ¿Del Impericial? Del IM-PAR-CIAL corrigió Elena. Ah... ya veo. Nada le hace más daño al país que unos periódicos basura que circulan por ahí inventando cada cosa, pero gracias a la libertad de expresión que ahora se convierte en realidad a través de esta nueva ley, usted, señorita, puede decir tantas cosas como quiera y nadie la va a censurar ni a perjudicar por ello. Usted y su periódico deberían entender eso ¿o no? y le guiñó un ojo a Elena, quien se sonrojó al advertir que todos sus colegas reporteros la miraban como a un bicho raro. ¿Entonces las televisoras que usted... Bueno, señores, siempre es un placer estar con ustedes, pero tengo que retirarme. Buenas tardes. Se abrió paso entre la aglomeración de reporteros y salió hacia la calle donde su secretario Castañeda ya lo estaba esperando en una camioneta. Elena lo siguió con la mirada hasta que se subió y arrancó. En ese momento Elena se creyó una mosca que revoloteaba sin dirección alguna. Se sintió mal y echó a correr hacia el baño donde segundos después vomitaba la ensalada de lechuga que había comido unas horas antes.
Hola... hola... se escuchó ahora una voz femenina que provenía de más cerca. ¿Te sientes bien, querida? ¿No se iría por la taza? se volvió a escuchar la voz del hombre. Elena terminó de limpiarse con el pañuelo y lo arrojó por el inodoro. Luego se incorporó para fajarse lo mejor posible la vestimenta. ¡Qué va! Está flaca, flaca, pero no creo que quepa por el agujero respondió la voz femenina con una risita irónica que más bien parecían mugidos de vaca. El hombre también echó a reír. En ese momento Elena abrió de golpe la puerta y se encontró de frente con una mujer obesa y con un hombre joven que llevaba una cazadora, un trípode y una cámara de video. Los dos la miraron al mismo tiempo que echaron una estruendosa carcajada. Estás echa un desmadre le dijo la gorda a Elena. Un verdadero desmadre, pero no te preocupes, linda continuó mientras dejaba pasar a Elena hacia los lavabos. Te pondrás peor, mu, mu, muaaa, de eso puedes estar segura, ja, ja, ja. No te pases con ella interrumpió el hombre la risa de la gorda. ¿No ves que es una novata? dijo al tiempo que le extendía una toalla de papel a Elena, que ya se estaba echando un poco de agua en el rostro. Seguro que hasta se sorprenderá de que yo esté en el baño de las damas pasándole una toalla. ¿Damas? preguntó sarcásticamente la gorda. ¿Cuáles damas? Las únicas damas que aquí existen son las damas chinas y éstas juegan con las pelotas de los senadores oink, oink, oink y echó un bufido que más parecía el canto de un marrano que la risa loca de una mujer gorda. ¡Oh, lo siento! dijo el muchacho sin prestar atención a lo que acababa de decir la gorda. No nos hemos presentado. Me llamo Carlos... Carlos Orozco y soy de Telecultura. La única televisora que pasa su programación en el periódico porque nadie la veinterrumpió la gorda aún con su risa bovina. Y esta vaca que me acompaña dijo Carlos señalando a su acompañante cortando de tajo los hipidos de la mujer, se llama Nora Kauffman y es de la zootecnia política del periodicazo oficial. Elena los miró aún con el estómago revuelto. ¿Quién demonios eran para interrumpirla en lo más íntimo y sagrado como era el vomitar en el baño público de la cámara de senadores, máximo poder legislativo del país? Algo no me cayó bien dijo por fin cuando pudo hilvanar unas palabras. Sí, ya nos dimos cuenta, linda, lo bueno es que masticas bien la comida y se asomó a la taza del baño. Mi primera vez deberías de haberla visto. Las paredes, el piso, incluso hasta el techo, todo quedó embarrado, uff. Si te contara de aquella tarde no me creerías cuantas cosas se pueden llevar en el estómago. Hasta encontró un dinosaurio muerto que creía haber desechado hace varios años, ¿o no es así, vaquita? ironizó Carlos. Muy gracioso, imbecilito repuso Nora con semblante entre divertido y ofendido. Tal vez no le afectaba que Carlos la llamara vaca loca, sino que él sabía que ella se había acostado con tres o cuatro dinosaurios priístas y por eso ese chiste era bastante local al quedar sólo entre ellos lo que todo el mundo sabía: a los dinosaurios les gustaba que se las chuparan. Por otra parte, Elena no entendía qué cuernos era todo aquello, estaba pálida, temblorosa y cansada, como si no hubiera comido proteínas durante toda su dieta ecológica. Sentía una fuerte punzada en la sien. Lo siento se disculpó. No fue mi intención... Oh, no te disculpes, linda. Este lugar está más deshonrado que los calzones de una... Aguas, W. C. interrumpió Carlos cuando escucharon que se acercaban unos pasos a los baños. De repente apareció una mujer pelirroja que los miró de soslayo casi sin inmutarse y fue a los espejos del lavabo donde comenzó a retocarse el maquillaje. Elena la observó aún con el dolor de cabeza, parecía que en sus buenas épocas esa señora había sido una mujer de mírame y no me toques, aunque ahora conservaba una elegancia un poco pasada de moda. Cuando ya se estaba dando el último retoque con el lápiz labial dijo con una voz pausada de contralto: Un día de estos, Carlitos, en verdad te vas a convertir en toda una dama por tanto tiempo que pasas aquí terminó de pintarse los labios, guardó su maquillaje en un estuche de piel, se acomodó el pelo esponjándoselo un poco, luego dio media vuelta y antes de salir, concluyó: Por cierto, muchachos, aquí huele divino: ¿qué perfume usan? ¿Chanel? y de inmediato salió dando grandes zancadas. ¡Pendeja! ¡Maldita bruja! explotó Carlos cuando los pasos se perdieron a lo lejos. Ella debería pasar más tiempo aquí para que se le quitara esa voz de marimacha y no con los senadores chupándoles el pito. Ya, Carlos, compórtate terció Nora. Algún día, ya verás, algún día. Elena estaba atontada, entre el dolor de cabeza, el olor a vómito y todo este espectáculo la hicieron marearse otra vez. Un segundo después, Elena se desplomaba sobre las mayólicas frías del baño.
Cuando Castañeda salió del sanitario la junta ya había terminado y el señor Hernández lo andaba buscando como loco, según vino a informarle la señorita de los ojos verdes. Qué lo espera en su oficina de inmediato, licenciado. Castañeda apuró el paso a través de los pasillos hasta llegar al ascensor principal. Presionó el botón. ¿Qué andas malito, corazón? Castañeda giró la cabeza y se encontró de frente con Cecilia Macías. Su antigua amiga y ex compañera de ciencias políticas, ahora ya un poco distanciados debido a que Castañeda había ascendido de puesto más rápido que su colega, pero de todas maneras ella era la única que lo llamaba corazón en ese mundo de lics del partido. Sólo un pequeño ardor, no es nada repuso Castañeda enderezándose lo más que pudo para que su metro ochenta y cinco sobresaliera del metro setenta y ocho de Cecilia y ella no se diera cuenta de su endeble estado. Pues eso no es lo que se murmura por ahí sonrió con malicia Cecilia. ¡Tsssssssss! masculló Castañeda. No es lo que se dice... sino lo que se huele esta vez Cecilia dejó escapar una carcajada que molestó a Castañeda aún más. No me jodas. No te molestes, corazón. Es una broma. Es una chingadera. Cecilia volvió a echarse otra carcajada. Te ves terrible dijo cuando por fin se pudo serenar un poco. Deberías tomarte aunque sea un litro de pepto o de a perdida el día libre. En ese momento se abrieron las puertas del ascensor. Un grupo de personas salió. Castañeda se hizo a un lado para dejarlos pasar y luego entró dejando a Cecilia parada afuera y presionó el botón del piso 13 para que las puertas se cerraran. En ese momento Cecilia metió la mano y las puertas se volvieron a abrir. En verdad te ves muy mal dijo con aire serio y preocupado. Ve al doctor, Luis. No me pasa nada refutó Castañeda con insolencia. Cecilia sacó la mano. Las puertas del ascensor se cerraron. Lo último que Castañeda vio de Cecilia fue que ella le decía adiós con la misma mano con que había detenido el ascensor. Espérame tantito dijo el señor Hernández mientras hablaba por teléfono, luego cubrió la bocina con una mano y se dirigió a Castañeda que acababa de entrar a la oficina: ¿Dónde chingados andas? Castañeda estaba resignado a recibir con estoicismo todos los insultos que le propinara su jefe, así que esperó la cargada lingüística de improperios, tales como los que usualmente empleaba con medio mundo: Y no sólo por tu linda cara te di el puesto, imbécil, güevón de mierda, por pendejos como tú estamos como estamos. Pero esta vez lo único que recibió fue un corto y seco: ¿Ya tienes la lista de los senadores? y continuó hablando por teléfono. Castañeda fue directamente a una computadora que se encontraba en una de las esquinas del espacioso despacho del señor Hernández. Tecleó hasta que apareció ante su vista lo que buscaba: El sistema de archivos sobre los cuales estaba trabajando para la votación que se llevaría por la tarde en la cámara de senadores. Te mando un abrazo... sí, igualmente. Adiós terminó de hablar el señor Hernández y colgó el auricular. En ese momento se oyó el pitido del intercomunicador de la secretaria: Señor, tiene una llamada de presidencia de la republica, ¿lo comunico? Rápidamente el señor Hernández contestó al tiempo que apretaba el switch del aparato: No, Denise. Que se comuniquen más tarde. Castañeda se encogió más en su asiento. El dolor no aminoraba. Intentó concentrarse en las tareas que tenía que realizar mientras el señor Hernández marcaba un número desde su línea privada. Esperó unos segundos a que le contestaran. Ok. Dile que mañana por la tarde. ¿Hoy? Hoy no puedo... así es... ya sabes. Hasta luego colgó de nueva cuenta. Quedó pensativo un momento y luego marcó otro número telefónico, esperó: Hola, señor saludo con amabilidad cuando le contestaron al otro lado de la línea. Sí... sí... no está fácil pero ahí la llevamos... sí, sí... no, para hoy... sí... nada más falta... así es... bueno... yo te aviso... adiós. El intercomunicador volvió a sonar: Señor, llamada del secretario de gobernación, ¿lo comunico? Pásamela. El señor Hernández descolgó el teléfono: Hola, cabrón, ¿qué milagro que te acuerdas de nosotros los pobres? y se echó a reír con una risa aparatosa, feliz. Sí, hoy sale la reforma... no, no te preocupes...
Los plásticos son porque al jefe no le gusta que dejemos un reguero, ¿verdad, Loco? volvió a hablar el hombre que tenía un tatuaje de una cobra en el brazo derecho y jugaba distraídamente con una pistola 9 milímetros. Pero ahora que sabe que los tenemos, yo creo que hasta podríamos embarrar las paredes con ustedes y no se enojaría, ja, ja, ja. El Loco sólo esbozó una tenue mueca a modo de sonrisa. Al principio le había parecido gracioso ese chiste, incluso con un humor bastante ácido e inteligente, pero escucharlo a cada rato en que tenían que ejecutar a alguien ya se le hacía monótono y aburrido, pero bien sabía que tenía que fingir que le gustaba para no terminar él mismo esposado sobre los plásticos negros escuchando ese mal chiste por última vez. Bueno, niños... dijo de repente con aire solemne el Tatuado, ¿quién quiere ser el primero en cantar? Los hermanos no se movieron. La mirada la tenían clavada en el suelo. Ya ni siquiera sudaban agua; sudaban aceite. Estaban fritos y lo sabían. El Tatuado continuó: No soy loquero, nenes, pero sé que el dolor de adentro es más duro que el de afuera, ¿me entienden? ¿No? Así que cómo ustedes quieran quiero. A ver tú, Mochilas, ¿Cuál te gusta? El Mochilas, un hombre flaco y ojeroso, dio unos pasos delante de los hermanos y clavó su mirada en el hombre que tenía la lengua mordida. Pues pa comenzar este, ¿no? Ta bueno. ¿Cómo lo quieres tomar: frío o caliente? Como usted quiera, comandante. Veamos... son un trío, tsssssss... pero de un trío se puede sacar un dueto, ja, ja, ja celebró su ocurrencia el Tatuado. El Mochilas no dijo ni si ni no, sólo se quedó parado con la mente en blanco repitiendo automáticamente: Como usted quiera, comandante. Bueno, conste que te di a escoger: que sea frío pa que no le duela, ja, ja, ja. Vas Loco le ordenó al otro hombre mientras le extendía la pistola con la que jugaba. El Loco, un hombre rapado y con casaca azul marino tomó el arma y se acercó para apuntar en medio de los ojos al hombre que había seleccionado el Mochilas. En la cara no, pendejo interrumpió el Tatuado. No ves que si no luego no los podremos reconocer. Dale de ladito, por la nuca. Los tres hermanos tragaron saliva al mismo tiempo. Sabían desde el principio que el poder tenía todas las ventajas del mundo y que solamente tenía una desventaja y ésta era precisamente perderlo. El Loco dio un paso hacia atrás y buscó un lugar en la cabeza del hombre donde poder dispararle para que no se le fuera a desfigurar el rostro. ¿Aquí está bien, comandante? preguntó indeciso el Loco. Un poquito más atrás de la oreja corrigió el Tatuado. Porque ahí le va a salir el tiro por los ojos. El Loco siguió la orden del Tatuado. Cargó cartucho. En ese momento el hermano que iba a ser ejecutado dijo con su lengua mordida: Nos vemos luego, carnales. El Loco disparó y la bala entró por un costado de la cabeza haciendo un agujero del tamaño de una moneda. El hermano inmediatamente cayó de bruces, un flujo de sangre empezó a empapar las bolsas de plástico negro. Los dos hermanos restantes estaban pálidos, uno de ellos se había orinado. El Loco se acercó al cuerpo del hermano muerto y comenzó a bajarle los pantalones: Este no se cagó como el güero del otro día dijo el Loco al ver los calzones limpios del muerto. Pues como vas, Mochilas ordenó el Tatuado, ahorita que no está tan frío. Entre el Mochilas y el Loco acomodaron el cuerpo semidesnudo del muerto enfrente de los otros dos hermanos. Órale, sostenlo ordenó el Mochilas al Loco. El Loco cargó al muerto por la cadera y lo empinó mientras el Mochilas se bajaba los pantalones. Un momento después sodomizaba el cuerpo aún tibio del hombre muerto ante los ojos estupefactos de sus hermanos. Hijos de la chingada, putos, culeros reaccionó el hermano que tenía el ojo hinchado. Ya está muerto, déjenlo, déjenlo en paz. ¡Cabrones! El Tatuado interrumpió lacónicamente los gritos del hombre: ¿Vas a cantar, gallo? Si vas a cantar lo dejamos en paz ¿Qué dices? Muérete hijo de tu recontra chingada puta madre. Como quieras quiero, gallito: frío o caliente te va a tocar a ti también, mejor cántale y te prometo que sólo te vamos a matar sin hacerte daño. Lo juro. Chinga tu madre, chinga tu madre, chinga tu madre... comenzó a repetir el hermano como tarabilla. El Tatuado con evidente desesperación ordenó a sus sicarios: Ya párenle, muchachos. Pero todavía no acabo... replicó el Mochilas con un gemido y los ojos en blanco. Chinga, te dije que le pares, cabrón, Párale porque quiero que a este otro le corten los tenates en caliente y se lo cojan frío.
2. Se es tan fácil morir que la muerte es lo de menos, el problema es el cómo se muere. La muerte del segundo hermano fue más lenta y dolorosa que la del primero. Le bajaron los pantalones a pesar que se resistió con todas sus fuerzas; lo abrieron de piernas y, con tres navajazos de cirujano, le cortaron los genitales. Después lo obligaron a comerse sus testículos para finalmente sodomizarlo. Luego le cortaron la cabeza y la pusieron frente al último hermano: ¿Tú si vas a cantar? ¿Verdad, gallito? dijo el Tatuado. El último hermano hizo de tripas corazón y sólo hasta ese momento asintió con un gemido: Pero sin dolor... sin dolor, señor. El Tatuado sonrió y comenzó con el interrogatorio: ¿Quién es tu contacto? Diego... Eso ya lo sé interrumpió casi amablemente el Tatuado. Quiero otros nombres... de más arriba. Hay un hombre... no lo conozco... se hace llamar el Tigre. ¿Y de dónde es? No sé, pero es de arriba. ¿Dónde está su oficina? No sé... Sinaloa... creo. ¿Y cuándo es la cita? El 28 en Nuevo Laredo. ¿De este mes? Sí. ¿Dónde? En el bar Las Callejeras. ¿A qué hora? 1:30 de la tarde. ¿Tienen que confirmar el encuentro? No, ya está hecho. El Tatuado se alisó el cabello hacia atrás. Después le ordenó al Loco: Que se persigne y luego le das un tiro sin que le duela, ¿eh? Sí, mi comandante respondió con firmeza el Loco. El Tatuado se fue hacia la puerta y la abrió. Antes de salir miró por última vez al hermano menor que estaba temblando sobre los plásticos negros y le dijo: Lo prometido es deuda, hijo, sin dolor y salió cerrando la puerta tras de sí.
Nomás déjame echarme a este, no que los otros estaban rete guangos. El hermano menor los miró con estupor. Había hecho un trato ¿y así lo cumplían? Intentó grita; llamar al Tatuado para pedirle que cumpliera su palabra, pero el Loco le tapó la boca mientras el Mochilas terminaba lo que había empezado con el primer cuerpo. Uno... dos... uno, dos, uno dos, unodos, unodosunodos, unodosunodosunodos... tres. Te debo una le dijo por fin el Mochilas al Loco limpiándose el semen con una mano mientras que con la otra se subía el pantalón. ¿Te lo quieres chingar? El Loco miró al muchacho que yacía semiinconsciente junto a los cadáveres de sus hermanos. No. Mátalo mientras voy al baño caminó unos pasos hacia la salida. Pero apúrale que los tenemos que ir a tirar. El Mochilas terminó de fajarse bien el pantalón y la camisa al tiempo que el Loco salía hacia el baño. Tomó su pistola y se acercó al muchacho. Lo giró con un puntapié para que quedara boca arriba. Se acuclilló a un lado, le puso el cañón justo en la mitad de la frente. Nos vemos, corazón y disparó. La bala entró atravesando milimétricamente entre los dos hemisferios cerebrales del muchacho sin tocarlos y salió yéndose a incrustar en el suelo a través de las bolsas de plástico negro. Como querías, pendejito, que belleza, ni una puta gota de sangre. Vámonos apuró el Loco cuando salió del baño. Había escuchado la detonación y lo mejor era darse prisa antes que amaneciera.
Junto a ella estaba su hombre de seguridad: el Negro, quien le había preguntado hacía rato el por qué este sujeto venía en un vuelo comercial y no en un avión privado como se acostumbraba en estos casos. Miss Clairol se encogió de hombros, giró la cabeza y se quedó observando un enorme anuncio luminoso de una tienda de souvenirs. Media hora después se escuchó por los altavoces que el vuelo 528 de American Airlines procedente de Nueva York acababa de tomar pista. Miss Clairol se levantó y con una mano se alisó la parte delantera de su falda. El Negro la siguió mientras llamaba por un celular para que el vehículo con las chicas los esperara en la salida.
Tranquilo, Bob. No pasa nada. Robert entendió y sólo inclinó la cabeza mientras la gorda se quedaba cacareando metros atrás. El pasillo se fue dividiendo en varias salidas donde los pasajeros formaban filas para pasar la revisión de la aduana. Su pasaporte, por favor pidió una inspectora aduanal cuando tocó el turno a Frank, quien lo sacó del bolsillo interior del saco y se lo entregó a la señorita quitándose las gafas oscuras. ¿Nombre, señor? continuó ella. John Smith mintió Frank. ¿Nacionalidad? Americana. ¿Edad? 39 años. ¿Motivo de su visita? Por primera vez Frank sonrió dejando al descubierto unos dientes blancos y alineados. Por placer y le guiñó un ojo. La señorita intentó permanecer impasible, pero no pudo y le correspondió con una sonrisa complaciente. Después continuó mirando los papeles de Frank y un momento después se los devolvió. Señor Smith, que disfrute su estancia en nuestro país. Gracias, así lo haré.
¿Le dijeron como viene envuelto el paquete, señora? Miss Clairol no hizo caso a la pregunta del Negro. Sólo se concentró en seguir a un grupo de atractivas sobrecargos que también habían cruzado por los accesos y se dirigían a la salida haciendo ruido con sus tacones altos. Súbitamente escucharon una voz a sus espaldas. Miss Clairol y el Negro giraron la cabeza al mismo tiempo y echaron una desdeñosa mirada hacia el sujeto que tenían atrás. Era el hombre moreno y con un morral que habían visto pasar un momento antes. Miss Clairol arrugó la nariz. Miró al paisano de arriba abajo. Estaba bien que Miss Clairol no quería a los de primer nivel, pero esto era el colmo, ese hombre no parecía ni siquiera de quinta categoría. Evidentemente no podía ser el paquete por el que esperaban. ¿Tú eres Juan? preguntó despectiva Miss Clairol olvidando todo protocolo diplomático como era hablarles de usted a los paquetes importantes. ¡Tssss... sí, yo soy Juan! replicó Bryan López con una inquebrantable seguridad. Miss Clairol entrecerró los ojos para tratar de dilucidar si esto se trataba de una broma de mal gusto. No, no parecía que nada estuviera fuera de lugar, la información, el pago, la orden. Todo parecía encajar salvo el paquete que tenía delante, a menos que... a menos que este Juan fuera un multimillonario excéntrico que tenía alguna perversión insólita como hacerse pasar por paisano. Welcome, mister Juan. My name is Clara... En español, please pidió Bryan López. Ok. Voy a ser su scort durante los próximos días. No se preocupe por nada, señor, lo que pida con... con... gusto dudó un momento. Bienvenido a México en ese momento Miss Clairol pensó en Channel y Victoria, las dos jovencitas que esperaban en el vehículo con el chofer y lo incómodo que sería subir a este sujeto que incluso le parecía que olía mal con sólo mirarle la cara y los bigotes de Cantinflas. Gracias dijo el hombre. Muchas gracias. El Negro dobló la cartulina con el nombre de Juan y la tiró en un cesto de basura. Afuera nos están esperando ordenó lo menos fría que pudo Miss Clairol para que el hombre los acompañara a la salida.
¿Taxi, señor? se le acercó un chofer a Frank. No... gracias dijo en español pero con acento gringo. El chofer se fue hacia un lado y le hizo la misma pregunta a Robert Green que acababa de cruzar la puerta, recibiendo la misma respuesta negativa. En la otra puerta salió John St. John, miró un momento hacia donde estaba Frank, luego abordó un taxi en dirección hacia donde la camioneta había arrancado con Bryan López y Miss Clairol. ¡Hey! llamó Frank en español al chofer del taxi que antes le había ofrecido sus servicios, ¿Tienes algo de los Tigres del Norte? El chofer, acostumbrado a casi cualquier cosa, titubeó con lo inesperado de la pregunta. No, señor. Pero si quiere se la puedo conseguir. Frank se quitó las gafas. ¿Sabes dónde quedan estos lugares? El chofer tomó el papel que le extendió Frank y lo leyó. Sí, señor. Frank se subió en el asiento trasero y cerró la puerta del taxi. Robert Green abordó un segundo taxi. Jim Evans y Carl Rodgers un tercero. Robert pidió ir al Hotel Four Season de Paseo de la Reforma para preparar las cosas mientras que Frank quería darse una idea del territorio que iba a conquistar. Así era el plan que lo hacía poderoso, así debía ser: mil doscientos millones de dólares anuales era una suma nada despreciable. |
||||
Literator | http://www.literator.de | |
Literatura contemporánea | Sugerencias, comentarios...a: | |
http://literator.de | contacto-literat@literator.de |
© 2004-2010 Literator. Todos los derechos reservados. All rights reserved |